sábado, 23 de enero de 2010

Técnicas grupales, coordinación y juego

La paradoja de las técnicas grupales es pensar en una instalación que permita situar sin sitiar, no caer en la automatización, la reproducción simplificada de un proceder por más que alguna vez haya operado como intervención desinstaladora. Las intervenciones grupales podrían pensarse como desinstalación de formas instituidas, para salir de la costumbre, lo naturalizado, lo habitual, que nos sumerge en la resignación.

El juego puede ser un estado de vinculación que sortee los rituales de interacción instituido, suscita inquietud, sacude conductas adormecidas, invita a situarse en otro punto de vista, es una forma de resistencia a las costumbres.

Pavlovsky [1] se pregunta : “¿cómo puedo interpretar un juego si yo no juego?, ¿Qué teoría puede avalarme si sólo estoy mirando una escena que otro hace y yo observo neutralmente?” Las defensas rígidas, sostiene, impiden jugar. “El que no quiere jugar porque se cree maduro es el paciente empobrecido en su vida. Son estructuras fuertemente narcisistas. La sola posibilidad de jugar roles que contengan aspectos rechazados de su personalidad los paraliza.” Dice que “el sistema impide el rescate de ese margen de libertad que el hombre posee para convertirse en revolucionario y/o en creador”.

Winicott[2], sostiene que la psicoterapia está relacionada con dos personas que juegan juntas: paciente y terapeuta. La labor del terapeuta se orienta a llevar al paciente, de un estado en que no puede jugar, a uno en que le es posible hacerlo. Aprender a jugar es crear. El juego es terapéutico . “La curación sería la posibilidad de dejar de repetir los gestos de la infancia paralizadores de la creación, en la transferencia, e intentar superarla a través de un juego mutuo con el terapeuta, juego liberador que daría un movimiento inédito de creación, de libertad”. Comenta que el adulto deja de jugar renunciando a la ga
nancia de placer que extraía del juego. Pero como dice FREUD “En verdad, no podemos renunciar a nada; sólo permutamos una cosa por otra; lo que parece ser una renuncia es en realidad una formación de sustituto o subrogado. Así, el adulto, cuando cesa de jugar, sólo resigna el apuntalamiento en objetos reales; en vez de jugar, ahora fantasea.

Las técnicas grupales pretenden hacer aparecer algo latente, oculto. Heidegger[3] dice que la técnica es la base capaz de desocultar pero existe el riesgo de no saber que es lo oculto que ha de manifestarse. Las técnicas son universales pero los grupos son heterogéneos y los estereotipos limitan. Por ello el problema de la técnica es la automatización, la reproducción simplificada, su uso asociado a prescripciones, búsqueda de efectos y resultados anticipados.

Para Percia, un coordinador no debe aplacar lo múltiple, ya que en la unidad cada persona encuentra las diferencias. No debe ser un modelo, ni mostrarse como tal, recordemos que los integrantes de un grupo no son espectadores. Tampoco debe ubicarse en el rol de líder. Se trataría de desprenderse de la “pretensión unificante para escuchar la unidad como un decir fragmentario”.[4]

Pichón Riviere considera que el trabajo del coordinador consiste en esclarecer, a través de señalamientos e interpretaciones, las pautas estereotipadas de conducta que dificultan el aprendizaje y la comunicación, toda interpretación debe ser efectuada para mejorar el nivel de operatividad de un grupo. Cumple el papel fundamental de facilitar la comunicación y el aprendizaje, participando activamente en la construcción del conocimiento.


[1] Pavlovsky, E. (1982), “Reflexiones sobre el proceso creador”, en Proceso creador, terapia y existencia

[2] Winnicott, D. (1993), “Capítulos 3 y 4”, en Realidad y Juego.

[3] Heidegger, M. (1994), “Cap. 1. La pregunta por la técnica”, en Conferencias y artículos.

[4] Percia, M. (1997), “Cap 3. Unidad en lo grupal y unificación en el pensamiento”, en Notas para pensar lo grupal.

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