El economista inglés Jeremy Bentham diseñó un modelo arquitectónico, el panóptico, que permitía que un solo individuo pudiera vigilar desde una torre central todo. Fue pensado para grandes instituciones que necesitasen controlar a sus elementos, desde prisiones a hospitales. Consistía en una edificación circular en cuyo anillo exterior se colocan las celdas y en el interior una torre, desde la cual la mirada podía supervisar todo. Según Foucault esto propone una forma de gobierno, una definición de las formas del ejercicio del poder a partir de la mirada. La vigilancia, el control y la corrección (tres aspectos del panoptismo) constituyen una dimensión fundamental en las relaciones de poder de nuestra sociedad.[1]
Pero sabemos que en cualquier institución existe un juego de fuerzas que se tensan. En forma implícita conviven en forma dialéctica lo instituido, (lo establecido, lo determinado, lo que se opone a los cambios, se resigna) y lo instituyente (la fuerza que se opone a lo instituido, ideas nuevas, reformulaciones). En este dinamismo lo instituyente si es captado pasa a ser instituido.
Ulloa percibe que la tragedia es un “factor epidemiológico habitual en cualquier ámbito social donde juega lo establecido (instituido) y lo cambiante (instituyente), sobre todo cuando lo primero asume la rigidez cultural propia de la mortificación, y coarta (encierra) a los sujetos” [2]
Aunque siempre detrás de las normas, de las rigidices, están los murmullos, lo incontenible que puja por salir.
“Todo habla en las instituciones en la medida en que lo sepamos escuchar” dice Kaminsky, quien también destaca la importancia de las creencias en las instituciones que “forman parte de sus dimensiones junto a sus muros, sus fines, sus producciones y Circulaciones (…) Las instituciones tienen, como todo lo social, la potencia de la polifonía. El mundo de lo repetitivo no tiene más horizonte que el del disco rayado, las instituciones pueden rayarse.”[3]
Tal como sostiene Marcelo Percia: “Preferimos pensar que una institución es un barullo desvastador. Un estallido que (desencadenado) arrasa con clasificaciones, estadísticas y esquemas. Un hervidero de desconfianzas y complicidades. Un sonido hueco de verdades establecidas y un crujido de saberes estremecidos. Un pulso de confusiones y heterogeneidades disimulado detrás de hábitos y normativas”.[4]
Kaminsky sostiene que el grupo sometido a las consignas instituidas, que soporta y sostiene la verticalidad institucional es el grupo objeto. Su acción es la que se espera de ellos. En tanto el grupo sujeto es el que se desprende de lo establecido, aspira a “tomar la palabra” porque en el discurso institucional siempre tienen algo que decir. Este autor afirma que “democrática no es la institución que elimina la verticalidad sino aquella que no se aterroriza por los movimientos de las composiciones horizontales”.
La pluralidad involucra la existencia de múltiples sentidos, la institución es una red simbólica, socialmente sancionada, en la que se combinan, en proporción y relación variables, un componente funcional y un componente imaginario.[5]
Las instituciones educativas son permeables a las relaciones de poder. Al respecto Bourdieu sostiene que en ellas se genera una ilusión de homogeneidad pero la división de clases sociales se repite también en este ámbito. Existe un programa político de control, un dispositivo que afianza determinadas clases y las prepara para dirigir:
“El sistema escolar actúa como el demonio de Maxwell: a costa del gasto de la energía necesaria para llevar a cabo la operación de selección, mantiene el orden preexistente, es decir la separación entre los alumnos dotados de cantidades desiguales de capital cultural. Con mayor precisión, mediante toda una serie de operaciones de selección, separa a los poseedores de capital cultural heredado de los que carecen de él. Como las diferencias de aptitud son inseparables de diferencias sociales según el capital heredado, tiende a mantener las diferencias sociales preexistentes.”[6]
Bourdieu propone entonces como meta de la educación un sistema que ponga en crisis lo establecido, más que confirmar las estructuras de clases.
Para buscar alternativas, estrategias que rompan con determinismos, controles y condicionamientos del poder sería urgente pensar que “no todos piensan lo mismo. No todos aprenden lo mismo. No todos piden lo mismo. No todos entienden lo mismo. No todos gustan de lo mismo. No todos es el principio de la no uniformidad, de la no homogeneización. No todos quiere decir que cada uno trata de ser el que puede. Coordinar un grupo es dejarse incoordinar por un no todos que conjuga tensiones, diferencias y simpatías. Coordinar un no todos es dejarse incomodar.”[7]
Como el pedagogo que había preparado sus métodos minuciosamente para que sus alumnos subieran la escalera del acceso a los diversos estadios del conocimiento y se irritaba cuando los niños transgredían sus pautas, sería oportuno interrogarnos con Freinet:
“El pedagogo persigue a los individuos que se obstinan en no subir por las vías que él considera normales. ¿Se ha preguntado si, por azar, su ciencia de la escalera no será una falsa ciencia, y si no habrá otras vías más rápidas y más saludables, que procedan por saltos y por zancadas; si no habrá, según la imagen de Víctor Hugo, una pedagogía de las águilas que no suben por la escalera?”.[8]
[1] Foucault, Michel. (1995) La verdad y las formas, jurídicas. Gedisa, Barcelona.
[2] Ulloa, Fernando (1995) Novela clínica Psicoanalítica. Historial de una práctica. Paidós, Bs As.
[3] Kaminsky, Gregorio (1990). “Sagas institucionales”, en: Dispositivos institucionales. Democracia y autoritarismo en los problemas institucionales, Lugar Editorial, Buenos Aires.
[4] Clase 5.
[5] Castoriadis, Cornelius (1983). “La alienación y lo imaginario”, en: La institución imaginaria de la sociedad. Vol.1. Marxismo y teoría revolucionaria. Tusquets Editores. Barcelona. Pp. 227-235.
[6] Bourdieu, Pierre. "El nuevo capital", en Razones prácticas, Barcelona, Anagrama, 1997.
[7] Percia, Marcelo (1994) “Una subjetividad que se inventa” Cap. Diez “De las instituciones, los grupos y los docentes”.
[8] Extracto de Freinet, Celestin. Parábolas para una pedagogía popular. Ed. Laia, Barcelona, 1979
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